Decía Adela Cortina que lo que no se nombra no es que no exista, sino que no se ve, se ignora y se oculta, pero existir sí que existe.
Ana de Miguel, por su parte, comenta de las palabras su importancia decisiva por ser canales a través de los que se expresa el valor que se les reconoce a las personas. Su idea de reconocimiento, basado en el concepto filosófico del término, está relacionado con la justicia y con la necesidad de reconocernos en igualdad, y menciona a las palabras como el canal principal para expresar ese reconocimiento.
El uso del lenguaje, la comunicación en sí misma, oculta realidades para no tener que verlas. Uno de los objetivos del lenguaje y comunicación no sexistas es precisamente ese, hacer visible y explícito lo excluido, lo ausente. Las mujeres hemos sido durante muchos años de historia, lo ausente, lo excluido, lo no reconocido, lo no nombrado.
Para abordar los peligros, o más bien las consecuencias, de una comunicación sexista, me gustaría abordar tres enfoques: lenguaje y sexismo; lenguaje y política; y lenguaje y pensamiento.
En primer lugar, estamos hartas de escuchar cómo nos anulan demandas como la feminización del lenguaje apelando a que la lengua no es machista, y razón no les falta. La lengua en sí, el idioma en sí no es machista, el uso que hacemos de él, sí. Teresa Meana habla del lenguaje como algo vivo, cambiante, flexible y amplio. A través de sus agentes, las personas, el lenguaje evoluciona con las sociedades. Las personas, como creadoras del propio lenguaje, lo utilizan y moldean a su gusto, atendiendo a la evolución (o involución) de sus sociedades. Al final, el lenguaje, las palabras, son transmisoras de los pensamientos y sentimientos del ser humano. El lenguaje, la lengua, no son más que vehículos.
Mercedes Bengoechea afirma que, así́ como nuestra sociedad está construida sobre estructuras que jerarquizan y discriminan, es normal que nuestra manera de comunicarnos tenga como objetivo preservar esas jerarquías y que nuestros sistemas de creencias nos hagan ver normales elementos que puedan ser injustos, porque nuestros marcos conceptuales están basados en la desigualdad. Se encuentra aquí́ el elemento más peligroso, y es el poder de las palabras para modificar aspectos de nuestra mente como pueden ser el razonamiento o las decisiones, pero, sobre todo, y lo que hoy nos ocupa, pueden cambiar las creencias y las ideas.
¿Es entonces el lenguaje machista? No. ¿Su uso genera una comunicación y una sociedad machista? Sí, en tanto en cuanto es reflejo de una realidad.
En segundo lugar, no podemos negar que toda esta es una cuestión, también, política, porque el lenguaje es político, las sociedades son ideológicas y el uso que se hace de la comunicación es deliberadamente político. La propia etimología de las palabras hace honor a esta afirmación. Política etimológicamente significa “vida en la polis”/”vida pública”. ¿Quiénes han formado parte de la vida en la polis históricamente y quiénes se han quedado en casa? ¿Quiénes, entonces, eran nombrados y quiénes, entonces, no eran nombradas? Esto, y creo que todas estaremos de acuerdo, ha cambiado. Estamos en la vida pública, en la vida política, estamos desde hace tiempo, y el lenguaje tiene que reconocernos de esa manera. ¿Qué consecuencias tiene en la vida no nombrar a las mujeres? El más evidente, a mí parecer, es un masculino generalizado y excluyente en todos los ámbitos, en todas las profesiones, que genera referentes estereotipados.
Por último, vamos a abordar de qué manera puede el lenguaje, o su uso, moldear la manera en la que pensamos. Lera Boroditsky se ha preguntado esto en sus investigaciones como neurocientífica, y resuelve que el lenguaje efectivamente moldea la manera en la que pensamos, y expone una serie de ejemplos para evidenciarlo. En lenguas como el español o el alemán donde todos los sustantivos, todo lo que se pueda nombrar, lleva un género gramatical masculino o femenino, puede tener consecuencias como las siguientes: la luna en castellano es de género gramatical femenino, y es un elemento que en nuestro marco conceptual está puramente ligado a la feminidad, en los cuentos infantiles hasta se la dibuja con pestañas (como si los hombres no tuvieran). En alemán, al contrario, el sol es de generó gramatical femenino y la luna, masculino. Boroditsky y sus experimentos concluyen que una persona alemana describiría al sol con adjetivos asociados a la feminidad y que una persona hispano parlante lo haría al revés. ¿Cómo de peligroso es que todo lo que se pueda nombrar tenga un género gramatical, masculino o femenino, con sus connotaciones y estereotipos?
Tendemos a pensar que nuestra mente es mucho más rígida de lo que en realidad es. La mente del ser humano es muy maleable y, aunque resulte chocante, conservamos durante toda nuestra vida la misma capacidad de aprender que en nuestra infancia. Esta idea de construir creencias de lo que no podemos ser lo encontramos en los estereotipos de género transmitidos a través del lenguaje en todos los momentos de nuestras vidas. Las palabras son capaces de crear estigmas. Un ejemplo muy claro lo tenemos en un experimento psicológico que se llevó́ a cabo para evidenciar la socialización de género en La Mente en Pañales. Era muy sencillo, se vestía a un bebé de rosa y luego de azul y se le pedía a gente adulta que no sabían el sexo del bebé que interactuaran con él. La diferencia de discurso frente al bebé vestido de rosa y al bebé vestido de azul nos evidencia la importancia de un discurso, y una comunicación, inclusivas para eliminar los estereotipos de género. Al bebé vestido de azul se le hablaba con adjetivos más tradicionalmente masculinos como “fuerte”, “grande”, “listo”; y al bebé vestido de rosa se le hablaba con adjetivos femeninos, como “bonita”, “dulce”, “delicada”. ¿Qué peligroso esto, ¿no?
Esta misma idea se encuentra también en lo que no se nombra. Uno de los problemas más importantes de una comunicación excluyente es la falta de creación de modelos y referentes para las mujeres y los hombres. El constante uso de un masculino genérico, entre otras cosas, hace que se piense una sociedad masculinizada y estereotipada donde, por ejemplo, solo existen médicos, abogados, jueces o magistrados, y solo existan enfermeras, amas de casa o limpiadoras del hogar. Un ejemplo se encuentra en el acertijo de “el padre, el hijo y la eminencia médica”, donde parece imposible pensar que la eminencia médica sea la madre del hijo. Sin la comunicación inclusiva, no se pueden crear modelos y referentes que hagan pensar en las mujeres como, por ejemplo, expertas en algo.
La ONU define el lenguaje no sexista como la manera de expresarse oralmente y por escrito sin discriminar a un sexo, género social o identidad de género en particular y sin perpetuar estereotipos de género. Dado que el lenguaje es uno de los factores clave que determinan las actitudes culturales y sociales, emplear un lenguaje inclusivo en cuanto al género es una forma sumamente importante de promover la igualdad de género y combatir los prejuicios de género.
Por último, quiero destacar las palabras de Teresa Meana cuando habla de que el sexismo y el androcentrismo del lenguaje sólo tendrían una solución definitiva si cambiaran las estructuras sociales y marcos conceptuales que potencian el uso machista de la lengua. Para poder llegar a este cambio, demandamos que se nombre a las mujeres en su vida privada y pública, que se altere la lengua, ya que es algo vivo, para retocar la mentalidad de las personas que la usan.
Esto no nos va a caer del cielo, necesitamos formación en el uso inclusivo del lenguaje, en aprender todas las alternativas que nuestro idioma, tan rico, tiene. Aprender, cambiar, evolucionar hacia una sociedad que nombre, y reconozca, a todas las personas que viven en ella.
Autoría: Nuria de Pablo Sánchez