La vida en los barrios de nuestras ciudades: periferia y centro, servicios, población, empleo y ocio

La articulación de la convivencia en el crecimiento poblacional y económico de nuestros municipios supone un reto constante de participación ciudadana, voluntad política y perspectivas sostenibles.

Un poco de historia

Vivir en una ciudad presenta variaciones con respecto a vivir en un pueblo, pero las diferencias se van acortando con el tiempo. También la participación política y el grado de tecnología general en la sociedad condicionan las expectativas y necesidades de los habitantes de los barrios, que somos  todos los ciudadanos en general. Como tales, buscamos siempre mejorar progresivamente en nivel de vida, que se traduce en: mayor comodidad, seguridad, ocio y empleo, y también mejor salud.

Nuestras costumbres, modas, necesidades y servicios en las megalópolis y ciudades de tipo medio han variado ostensiblemente desde 1900, como podemos apreciar en cuadros y fotografías de época, y no digamos en los pequeños municipios, en los que la transformación es muy palpable especialmente desde 1980, momento en que agua corriente, electricidad y telefonía aterrizan en ellos para dignificar la vida rural y asemejarla a la de las ciudades.

Características generales de nuestros barrios: posición económica y población

El nivel de renta define los barrios en cualquier ciudad del mundo. Las chabolas,  de un lado, y de otro  las mansiones en urbanizaciones cerradas y exclusivas se parecen en América y en Europa, en Asia y en África, pues la globalización nos permite informarnos de todas las comodidades, dispositivos técnicos y adaptaciones caseras existentes en el mercado nacional e internacional, a través del e-commerce, para la cocina, el cuarto de baño, el jardín o el salón.

Vivimos de acuerdo a nuestras posibilidades económicas y gustos o cercanía a puestos de trabajo, comprobando que el acceso a la administración local es más flexible en los pequeños pueblos que en las grandes capitales, aunque están ofrecen  más oportunidades de ocio, de empleo, de vivienda, de formación y más independencia vital (también más indiferencia por parte de los vecinos). Asimismo  en las ciudades poco populosas la oferta de carreteras y  productos de cercanía es muy adecuada, y desde luego el disfrute de parques, fiestas patronales, bibliotecas, becas o puestos de trabajo.

Otras características: igualdad de servicios y dispersión del vecindario

Las ciudades europeas y en concreto la mayoría de las españolas, incluso los pequeños pueblos, que conocieron la gloria en otros tiempos, no presentan una tipología urbanística ordenada. No siguieron un criterio de escuadra y cartabón al ser construidas, al contrario. Se erigieron en torno a las parroquias, a menudo en concentración circular y por orden de llegada, encima de antiguos asentamientos, templos o murallas, buscando la defensa común, por lo que los centros históricos suelen presentar un dédalo de calles tortuosas y pequeñas, maravillosas siempre, pero que necesariamente se han convertido en peatonales, tras un siglo XX empeñado en atravesarlas en automóvil.

El crecimiento de las últimas décadas ha construido barrios  muy dispersos, buscando espacio libre, alejados del centro, lo que diferencia mucho a los barrios de la almendra central de la ciudad de los periféricos, poblados estos últimos por dos clases sociales: inmigrantes y autóctonos, frente a pudientes y adinerados por otra.

La ciudad se extiende por su periferia, sorteando carreteras, vías de tren, polígonos industriales, bosques, instalaciones de tipo estatal, ríos, caminos, puentes, ermitas y edificios singulares que proteger, pues la piqueta inmisericorde de hace cuarenta años e incluso siglos, se ve arrinconada por las leyes que nos hemos dado sobre blindaje a edificios y lugares de interés histórico y geográfico, como antiguos bancos o fábricas, conventos, cercas, palacios, cuarteles, castillos, arboledas, deltas, playas, cauces de arroyos secos y, riberas fluviales. Gracias a estas directrices que consistorios y comunidades autónomas han ido promulgando, se están protegiendo construcciones y comarcas naturales de gran valor histórico y medioambiental.

La desigualdad de servicios públicos entre unos barrios y otros es proverbial y no parece importarle demasiado a nadie, pero es evidente para forasteros, inversores y jóvenes que buscan empleo o piso donde vivir. La rehabilitación de bloques de viviendas, la mejora de la pavimentación, la limpieza viaria y  recogida de basura diarias, las subvenciones a la instalación de ascensores y tuberías de gas entre otras medidas ayudan a igualar la oferta de infraestructuras entre unos barrios y otros, dentro del mismo distrito y de la misma ciudad.

El bienestar de ancianos, jóvenes niños y familias con hijos pequeños es crucial como medida de habitabilidad. Aquí la sensibilidad del alcalde y su grupo político, más incluso que la de su partido,  determina la prioridad en asignar presupuesto a residencias de mayores, a escuelas infantiles, a actividades de ocio gratuito para adolescentes, a actividades culturales sin coste, a parques y jardines o en dejar sin asignación partidas destinadas a estos sectores sociales.

Reivindicaciones vecinales

Los barrios nuevos, poblados por parejas jóvenes, suelen presentar carencias flagrantes de infraestructuras, como trasporte público, acceso a carreteras importantes, y aparcamientos, mercados, colegios, institutos y centros de salud. Las entidades bancarias y a veces los templos religiosos son los primeros en asentarse en calles recién levantadas o descampados de larga duración, en detrimento de centros de enseñanza, tiendas o médicos.

Los ayuntamientos conceden licencias de edificabilidad a promotoras que levantan aceras, cercan parcelas para urbanizaciones o zonas de ocio infantil y dotan de alumbrado (incluso de bancos donde sentarse, columpios y semáforos), pero suelen retrasar la dotación de centros de enseñanza de primaria y secundaria y de centros comerciales, dejando al pequeño comercio que se aventure a pagar precios astronómicos por un establecimiento.

Las asociaciones de vecinos y las AMPAS surgen, en consecuencia de todo lo anterior, para solicitar al consistorio premura y aprobación de obras públicas o concertación con empresas privadas de colegios, gimnasios u hospitales. Tanto los miembros de asociaciones de vecinos como los padres y madres de alumnos organizados han conseguido no solo mejoras para sus socios o hijos, para sus barrios y colegios, sino también para sus calles, las fachadas de sus casas, sus comerciantes y sus vecinos más vulnerables, como inmigrantes o familias en el umbral y en el interior de la pobreza.

Los jóvenes de nuestras ciudades luchan solos por encontrar empleo, y muchos de ellos  se organizan en pandillas. Algunas de ellas recurren a la violencia para resarcirse del paro que sufren y las escasas expectativas que encuentran de mejora social, pues las antiguas ayudas a la integración y  ocio de adolescentes han desaparecido y los jóvenes se enfrentan a un mundo  muy competitivo e individualista, donde el consumo inmediato es la norma.

Una generación de jóvenes quedó diezmada en España en los años ochenta, tocados de muerte por la droga y el SIDA. Sus hermanos pequeños e hijos han afrontado  la crisis económica de 2008, la pandemia de Covid de estos últimos años y una sangría de emigrantes  al extranjero en busca de salario y salario más alto que en nuestro país.

Además, el abuso a consulta de pantallas, el consumo de pornografía y alcohol  y las bandas violentas retándose en los muros del barrio estigmatizan sus expectativas. Mejorar las condiciones laborales de estos jóvenes y ofrecer alquileres más asequibles son actuaciones que se echan en falta. Los jóvenes rurales, a su vez, sueñan con emigrar a esas ciudades donde el trabajo, la vivienda barata y la asistencia médica rápida son un mito.

Los barrios del casco urbano son esencialmente distintos de los periféricos, pues apenas se construye obra nueva. Su población suele ser estar constituida por adultos mayores (mayoría de mujeres y mujeres con escasos recursos, frente a una minoría de personas muy adineradas) y  su oferta cultural, institucional  y de ocio es máxima. Por  esto último, los visitantes, turistas y agentes comerciales abundan en su entorno, siendo muy grande la oferta gastronómica, hotelera y de oficinas de las tres administraciones públicas en ellos.

La vida en los barrios, por tanto, ha de tender hacia la equidad, la eficiencia y el fácil acceso hacia las administraciones, objetivos declarados en los reglamentos de las mismas. La voluntad de lograrlos depende de vecinos y gobiernos.

 

Teresa Álvarez Olías

Escritora y Agente de seguros de Nationale Nederlanden y asesora hipotecaria de ING